martes, 24 de noviembre de 2009


EL RANCHO GRANDE Y SUS DIECISIETE HIJOS

Al morir el abuelo dejó la heredad a un solo hijo y le dijo jamás repartas en vida con tus hijos la heredad, porque tendrás muchos problemas, cada uno querrá más y cuando te des cuenta no tendrás autoridad. Construirán barreras en sus haciendas, dirán que no te precisan ya. Enseñarán a sus hijos otra forma de hablar y con tus nietos ya no te entenderás. A los que más dinero diste querrán más, no les digas que a sus hermanos más pobres tienen la obligación de ayudar. Te dirán; ¡que se esfuercen!, ¡que trabajen!, como si no trabajaran ya, no recuerdan que todos a un tiempo en toda esta heredad, trabajamos codo a codo y les di prosperidad. Al Norte le di el acero, la industria pesada, la construcción naval, la pesca. Al Sur le di el campo, el latifundio, las grandes producciones agrícolas, los toros, el canto y la alegría de vivir, el arte y la gracia. Al Este, le di el comercio, la industria de transformación, el arte de los fenicios en la negociación, universidades, trabajo y preparación. Al Oeste dejé más flojo, eran de los míos y uno cuando reparte siempre deja para si la peor parte, aunque sabía que los de casa lo entenderían. Les dejé la construcción de barcos de pesca y la creación del mayor puerto pesquero y las industrias de salazón, el minifundismo y la economía familiar. Pero yo ejercía la supremacía y sabía quien trabajaba más y a quien tenía que compensar, pero también ayudaba a los que estaban peor y no admitía quejas contra mi voluntad. Al Centro le di la administración, el reparto de la riqueza, ganadería, investigación, laboratorios y universidades, con una forma de entendernos todos, dónde ninguno de mis hijos se sintiera extraño o no entendiera a sus hermanos, fueran del Norte, del Sur, del Este o del Oeste. Todo el mundo trabajaba y del esfuerzo de todos la hacienda prosperaba. Había seriedad, respeto, orden y sobre todo mucho por hacer. Los apetitos desmedidos controlaba y a los que daban trabajo y lo organizaban les permitía ganar un poco más, pero siempre controlando su ambición, haciendo que una parte fuera para la hacienda de todos.
Ahora desde donde habito puedo ver que no me has hecho caso, como ocurre casi siempre. “El viejo está tonto, vive en otro tiempo”. Puede cambiar la tecnología pero la condición humana no cambia. Has repartido la hacienda, has mejorado mucho las comunicaciones, pero te has olvidado de dar a tus hijos el mismo tipo de educación. Ya no los entiendes, cuando la educación corresponde al padre para saber que se puede esperar de sus hijos. Ahora cada uno campa por sus fueros y tratan más de construir barreras que puentes que os unan. Se sienten extraños en su propia tierra. Son tantos a mandar que las órdenes se confunden y la hacienda queda debilitada. Has perdido la autoridad y todo mundo discute tus decisiones, ya que en la naturaleza humana se encuentra la ambición al poder y si les das un poco, querrán más y las leyes se hacen para no cumplirlas y los tratados son transgredidos por los más fuertes y si no tienes autoridad y la fuerza que te acompañen, las palabras nada más serán un deseo de buenas intenciones. La acción tiene que hablar más alto que las palabras y tenemos que tener una idea clara de las decisiones que debemos tomar, buscando toda la información posible para escoger la correcta. Te he dicho que no repartieras la hacienda antes de morir y no me has hecho caso. Peor para tus hijos. ¿Dónde van a vender los excedentes de producción, si sus hermanos no se los compran?¿De dónde van a conseguir los productos más baratos si sus hermanos no se los venden? No se trata de repartir la hacienda, se trata de hacerla más grande, para poder ayudarse en momentos de peligro. ¿Quién les va a ayudar en las catástrofes y en las desgracias?¿Pedirán ayuda al padre y a sus hermanos o resolverán los problemas por si mismos? Los hijos quieren las bondades de los derechos, pero no quieren oír hablar de las obligaciones.

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