EL DINERO
De todos los males institucionales, el dinero es el peor. Compra voluntades, soborna amigos y enemigos, vende las haciendas de los padres y crea traidores a la patria. El dinero es responsable de los robos, de las guerras y de tantas matanzas inhumanas. Echa a los hombres de casa, asola las ciudades, es el principal incitador de acciones vergonzosas, seduce y pervierte a las almas virtuosas, es maestro de todas las perfidias, corruptor de las voluntades de los hombres y es en definitiva el culpable de todos los desmanes. El dinero es la desgracia de los hombres.
Nuestros políticos que han llegado a la política no con ideología, ni preparación adecuada muchos de ellos y se han marcado ingresos que jamás habían soñado cuando se afiliaron a su partido, se llaman ahora caballeros, caballeros sin moral que se sientan en la dirección de un pueblo no para defender los intereses de ese pueblo y se aprovechan de él en la administración de los dineros públicos y piden facturas triplicando el gasto y en vez de austeridad, vemos despilfarro, robo descarado de unos inmorales sinvergüenzas. Piensan que el pueblo es tonto y que se cree que las sillas valen tres mil euros o que la remodelación de un despacho puede costar un millón de euros o que las obras faraónicas en las que se meten no son sino oportunidades para meter las manos en los dineros públicos, o los coches de 400 mil euros y si en vez de uno ponemos diez mejor. ¿No será para financiar a los partidos?
¡Oh! ¡Dinero!, qué maldición ha caído sobre ti que quienes te manejan olvidan todos los principios que la madre les ha enseñado. “No robes, hijo, es pecado”. “Defiende con esfuerzo y con trabajo, el honor de tus padres y hermanos”. “Que no te señalen con el dedo, camina con la cabeza bien alta, mirando de frente a todos los ciudadanos y diles desde tu responsabilidad que al que robe lo que es de otro y sobre todo lo que tu administras solamente le espera la devolución de lo robado, triplicado, la vergüenza pública, el deshonor y la cárcel”. No más inmunidad parlamentaria, para proteger a golfos. ¿Para qué la necesitan nuestros parlamentarios sino para estar a salvo de la ley por los hechos delictivos cometidos? La justicia debe ser para todos, incluso para los jueces, que sepan que ellos también van a ser juzgados. La Ley debe ser ciega y no mirar a quien juzga, sino los hechos delictivos. Debemos encontrar un líder lo suficientemente patriota capaz de limpiar las instituciones de tanto ladrón disfrazado de caballero.
Pero, ¿ para qué sirve el dinero cuando los hombres han perdido el objeto de su alegría? ¿No parece que caminan como muertos que respiran? Tiene las conciencias destruidas, ¡qué piensan cuando se miran al espejo! Acumulan riquezas en sus casas, pueden comer y beber como dioses, pero si les falta la verdadera dicha, no son más que pobres desgraciados, vacíos por dentro. La honestidad de conciencia es siempre el camino más derecho. La prudencia es con mucho la primera fuente de ventura y los espíritus orgullosos aprenden a tener juicio cuando llegan a los últimos días de la vejez.
De todos los males institucionales, el dinero es el peor. Compra voluntades, soborna amigos y enemigos, vende las haciendas de los padres y crea traidores a la patria. El dinero es responsable de los robos, de las guerras y de tantas matanzas inhumanas. Echa a los hombres de casa, asola las ciudades, es el principal incitador de acciones vergonzosas, seduce y pervierte a las almas virtuosas, es maestro de todas las perfidias, corruptor de las voluntades de los hombres y es en definitiva el culpable de todos los desmanes. El dinero es la desgracia de los hombres.
Nuestros políticos que han llegado a la política no con ideología, ni preparación adecuada muchos de ellos y se han marcado ingresos que jamás habían soñado cuando se afiliaron a su partido, se llaman ahora caballeros, caballeros sin moral que se sientan en la dirección de un pueblo no para defender los intereses de ese pueblo y se aprovechan de él en la administración de los dineros públicos y piden facturas triplicando el gasto y en vez de austeridad, vemos despilfarro, robo descarado de unos inmorales sinvergüenzas. Piensan que el pueblo es tonto y que se cree que las sillas valen tres mil euros o que la remodelación de un despacho puede costar un millón de euros o que las obras faraónicas en las que se meten no son sino oportunidades para meter las manos en los dineros públicos, o los coches de 400 mil euros y si en vez de uno ponemos diez mejor. ¿No será para financiar a los partidos?
¡Oh! ¡Dinero!, qué maldición ha caído sobre ti que quienes te manejan olvidan todos los principios que la madre les ha enseñado. “No robes, hijo, es pecado”. “Defiende con esfuerzo y con trabajo, el honor de tus padres y hermanos”. “Que no te señalen con el dedo, camina con la cabeza bien alta, mirando de frente a todos los ciudadanos y diles desde tu responsabilidad que al que robe lo que es de otro y sobre todo lo que tu administras solamente le espera la devolución de lo robado, triplicado, la vergüenza pública, el deshonor y la cárcel”. No más inmunidad parlamentaria, para proteger a golfos. ¿Para qué la necesitan nuestros parlamentarios sino para estar a salvo de la ley por los hechos delictivos cometidos? La justicia debe ser para todos, incluso para los jueces, que sepan que ellos también van a ser juzgados. La Ley debe ser ciega y no mirar a quien juzga, sino los hechos delictivos. Debemos encontrar un líder lo suficientemente patriota capaz de limpiar las instituciones de tanto ladrón disfrazado de caballero.
Pero, ¿ para qué sirve el dinero cuando los hombres han perdido el objeto de su alegría? ¿No parece que caminan como muertos que respiran? Tiene las conciencias destruidas, ¡qué piensan cuando se miran al espejo! Acumulan riquezas en sus casas, pueden comer y beber como dioses, pero si les falta la verdadera dicha, no son más que pobres desgraciados, vacíos por dentro. La honestidad de conciencia es siempre el camino más derecho. La prudencia es con mucho la primera fuente de ventura y los espíritus orgullosos aprenden a tener juicio cuando llegan a los últimos días de la vejez.